jueves, 14 de enero de 2016

Pizarro, el conquistador del Twantisuyu

Conquistador de 40.000 nativos con solo 200 hombres


  Se tantea que Francisco Pizarro nació en el año 1478, aunque sí es seguro que fuese en la localidad extremeña de Trujillo . Era el hijo bastardo de Gonzalo Pizarro, un héroe de guerra que había luchado con Gonzalo Fernández de Córdoba ("el Gran Capitán"), y Francisca González.
 Desde pequeño no parecía mostrar gran interés en la cultura, y su padre entonces decidió que de lo que se encargaría sería de cuidar a los cerdos. Mas se escuchan rumores de que como los animales contrajeron una enfermedad grave, y por miedo a ser culpado, Francisco huyó a Sevilla aproximadamente con 15 años. Una vez allí se alistó a los Tercios, embarcando hacia Italia.

Posteriormente, el afán aventurero y la posibilidad de ganar alguna fortuna le convencieron con 24 años a partir al Nuevo Mundo. Allí fue inicialmente un simple soldado y él mismo sabía que al ser un hijo bastardo y carecer de cultura no le iba ser fácil medrar.
     Pero un imprevisto le ayudó a tomar su primer mando con 32 años. En esa expedición a cargo de Alonso de Ojeda, que parecía tan solo una escaramuza, se complicó cuando los nativos se armaron de arcos y flechas a las que habían puesto puntas venenosas. El ejército español perdía multitud de hombres, y el punto final fue cuando una de esas flechas alcanzó la pierna del conquistador Ojeda. A toda prisa le llevaron a un buque y, casi por obligación, Pizarro tuvo que tomar el mando de la situación.
  Hasta ahora era un soldado barbudo y anónimo; pero el mismo Ojeda conocía bien su nombre, su habilidad en combate y que al parecer era inmune a las plagas de la hueste. Así que sin dudarlo le ascendió hasta capitán, y en su marcha le dejó como jefe de la expedición. Pero además Ojeda le dijo que aguardasen al menos 50 días en el campamento a la espera de refuerzos; y si no se diera el caso de aparecer, tenían potestad suficiente como para huir de allí. Y así obedeció.
Obviamente, fueron dos largos y difíciles meses en los que consiguieron sobrevivir hasta 70 personas. Ahora el problema era que solo se hallaban con dos buques que no alcanzaban esa capacidad, y una de las primeras ideas fue esperar a que el hambre, las plagas o los indios fueran rebajando la población española. 
     Pero entonces se produjo un cambio en Francisco Pizarro que le volvió el ser regio y aventurero que se le recuerda. Llegó a ser alcalde de Panamá, pero en 1522 decidió que se le quedó pequeño y este fue el punto de partida para la conquista del Perú.


        Y así el 20 de enero de 1531 partieron con unos 180 hombres y bastantes caballos (lo que muestra, que no solo pretendían explorarlo sino conquistarlo). Mientras, el estado inca se veía inverso en una guerra civil por la sucesión del decimocuarto inca, entre Huáscar y Atahualpa. 
Cuando los españoles ya  habían marchado por el sur, se oyeron noticias de que Atahualpa y unos incas se habían hecho con el poder, y no sabían las intenciones de este y su nuevo ejército. Así que decidieron en busca de este.
 Durante el viaje algunos enviados del inca le aseguraban a la tropa española que su jefe se quería reunir con ellos; y tal era el recelo, que los soldados le decían a Pizarro que no tomase nada de comida o bebida que le diesen estos. 


     La llegada a Cajamarca, enmudeció a los españoles. Una ciudad de arquitectura pétrea de 2.700 metros sobre el mar se alzaba ante ellos, y un poblado de al menos 50.000 de los cuales, la mitad eran guerreros, se paraban  a mirar la llegada de estos extranjeros  que iban a ver a Atahualpa. 
 Y a la entrada, Pizarro ordenó que entrasen a caballo haciendo mucho ruido para asustar a los nativos; pero se encontraron con que la entrada estaba desierta.

 Entonces fueron guiados por un representante de Atahualpa hasta llevarle a él. Los españoles decidieron no bajar del caballo esperando cautivos a si se les tendía una emboscada.
 Atahualpa, que hablaba mediante un noble, les ofreció un licor local que estos aceptaron esperando que no estuviera envenenado. Tras esto el hermano de Pizarro le ofreció según lo previsto invitarle a cenar; y este respondió que como la noche había caído era ya un poco tarde, así que lo pospusieron a la comida del día siguiente.
 
   Al siguiente día se encomendaron a Dios rezando para que todo saliese bien, pues sabían que la única forma de salir bien de allí era capturar a Atahualpa. Pizarro dejó claras las órdenes y que nadie se moviese hasta que él diera la orden o el ejército del inca se lanzaría a por ellos.
  Mas Atahualpa no llegó al campamento hasta casi el anochecer e iba acompañado de un enorme séquito de gente y riquezas. Y en aparente paz, el primero en hablar fue el clérigo español que les acompañaba en la expedición, con su respectivo traductor. Claramente lo primero que hizo fue ofrecerle el cristianismo y como muestra entregarle una Biblia. Pero el gesto del inca, extrañado por el artilugio ya que nunca había visto un libro, fue tirarlo al suelo fuertemente. A esto, al parecer, lo primero que manifestó el clérigo fue venganza. Y la paciencia de los cristianos se fue agotando...

Entonces en un arrebato, Pizarro, se abalanzó sobre Atahualpa y los otros cincuenta españoles a caballo fueron a por el séquito. Y a pesar de estar en desventaja numérica, los nativos al intentar huir formaron una avalancha humana en la que murieron cientos y cientos de ellos.
  
  Al cabo de media hora la plaza donde se habían asentado los españoles era un rastro de cadáveres. Prácticamente todos los indígenas habían huido con pavor de allí, dejando a su líder con los españoles. Había sido una masacre y al menos tres mil cuerpos demostraban que apenas horas antes arcabuces y cañones habían conseguido la "victoria" de los españoles.

Atahualpa estaba encarcelado en una de las habitaciones y tras un intento fallido de huida, llegó a un trato. Les prometió a cambio de su vida llenar esa estancia de oro y dos veces de plata; y al huir esto los españoles codiciosos aceptaron ansiosos por la fortuna de alrededor de 1.200.000 pesos que se llevaban.
Pero en el último momento Pizarro decidió no cumplir su promesa y acabar con la vida de Atahualpa, entre otras cosas por las tradiciones cristianas que había insultado.

Mas en el último momento de la vida del inca hubo un giro inesperado, ya que preguntó al clérigo a dónde iban los cristianos tras la muerte. Este sorprendido se lo explicó, y el nativo decidió retractarse y recibir el sacramento del bautismo antes de morir. Aparte se le cambió la condena ya que en vez de morir quemado, murió ahogado.

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